Ya sabía yo que no podía salir todo perfecto. Si uno quiere tener anécdotas que poder contar no puede ser de otra manera. Mi caso no ha sido una excepción.
Me las prometía muy felices cuando vi a los dos chicos que vinieron a recogerme justo frente a la puerta del aeropuerto. Habían venido a recogerme en coche y lo menos que podía hacer era pagar el párking.
De camino a la residencia hablamos relativamente poco, pero lo poco que hablamos no podía augurar una peor noche. A mitad de camino, uno de los dos chicos me pregunta: "¿Y ya tienes solucionado el tema de las llaves de tu residencia? ¿Has avisado de que llegabas tarde?"
Yo me quedé en silencio durante unos instantes tratando de asimilar esa pregunta. Con voz titubeante respondo:
"Se supone que era David quien tenía que recoger mis llaves."
David, que estaba sentado en el asiento del copiloto dice que el coordinador no se lo había vuelto a recordar.
El otro chico dice: "Entonces tenemos un problema." Y yo pensé: "El problema lo tengo yo, a vosotros no se os ve muy preocupados."
Bueno, pues de perdidos al río. Intentamos ir a la universidad a ver si localizábamos al coordinador pero ya no estaba allí. Intentaron acoplarme en otra residencia, pero no hubo suerte.
Finalmente, se me ocurrió llamar a un chico español que estaba en mi residencia y que resultó ser mi salvación.
Ironías de la vida, es compañero de piso de este tal David, el mozo alemán algo olvidadizo.
-- Edito, antes se me olvidó añadir un punto más a la historia.
Cuando entramos en la residencia, al subir al ascensor, David le dió al piso número 6 en el típico panel de botones que está al lado de la puerta del ascensor. Yo entré con la mochila a la espalda y la maleta y, sin darme cuenta de que existía otro panel de botones en el lateral del ascensor, rocé con la mochila en todos ellos. Así pues, en silencio y ante la desesperación del despistado alemán, nos íbamos parando en cada uno de los pisos. La verdad es que me pareció bastante cómico en ese momento, aunque por la situación en la que me encontraba no tenía ganas de reime.
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Llegué a su piso y entré en el cuarto de Fran, el chico que me ha salvado el culo en mi primera noche de Erasmus. Me ofreció cena: una pizza. Justo entonces recordé las palabras de mi amigo Jorge: "cuando te vayas de Erasmus no comas pizza, que luego engordas". "Empezamos mal", pensé. "Bueno, un día es un día."
Después de estar un rato en su cuarto en el que acabé con un dolor de c*l* bastante agudo por estar sentado en el suelo, bajamos al Eastend, el bar de la residencia en el que hacen fiesta todos los lunes.
Fuimos con los amigos de Fran, unos chicos bastante majos aunque un poco pasados. En el rato que estuvimos por allí conocimos a unos Búlgaros y poco más.
Entramos en el bar y pedí una cerveza, me la sirvió el que luego resultara ser mi compañero de piso, Benjamin. Quería comprobar aquello de que lo de la cerveza a un euro no era una leyenda urbana. Pero bueno, aquí cuando pides una cerveza te dan un pendiente de plástico. Luego, cuando vuelves a pedir, si quieres cerveza te dan otra entregando el pendiente y sino te devuelven un euro, ya que al principio tienes que pagar dos.
Por fin nos subimos a la habitación, la verdad es que por un lado tenía ganas y por otro no, como es normal. No me apetecía dormir en el suelo. Pero era la mejor opción. A Fran y sus amigos les tocó dormir al raso prácticamente. Eso sí que es reconocer el terreno.
Me apañé con unas toallas y el abrigo, y bueno, pude dormir a ratos. Por tanto se puede decir que realmente fue mi primera noche en suelo alemán. A ver si os pensáis que irse de Erasmus es un camino de rosas.
Como dijo mi madre: "Antes los hijos se iban a la mili, ahora se van de Erasmus".
Primera noche en suelo alemán
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