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Las vacaciones de navidad. Parte I

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Se podría decir que hasta ahora nunca había tenido experiencias desagradables a la hora de viajar. Siempre he tratado de ser puntual y previsor, hacer caso a las indicaciones de estar con suficiente antelación en el aeropuerto, etc… Por eso creo que duele más que las cosas salgan mal cuando pones todo de tu parte para que no sea así.

Regreso a casa. Día 17 de diciembre. Viernes. Para poneros en situación tengo que comentaros que el día anterior al vuelo se suspendieron las clases debido a una tremenda nevada en Dortmund. Así pues, pasamos todo el día con miedo a que nos quedásemos en tierra mirando el estado de los aeropuertos a cada hora.

Una vez llegado el día tuve la suerte de viajar con mi amiga Maggie que ese fin de semana también volvía a casa, aunque ella se quedaba Barcelona a pasar el fin de semana.
Mi plan de vuelo era DTM-BCN de 15:00 a 17:20 y BCN-MAD de 20:30 a 21:50. Así pues, tal como os decía antes, llegamos al aeropuerto con más de dos horas de antelación para facturar con tranquilidad y comer algo allí.

Situación tragicómica número 1:

Mostrados de Easyjet, va a facturar Maggie. Lleva una maleta de mano y un bolso. En el mostrados exigen que el equipaje de maneo conste de un único bulto. Ella llevaba una maleta de mano y un bolso.
Nos tocó rehacer el equipaje delante de todo el mundo. Ella cogió lo básico y metió su bolso en mi maleta, quedándose con su bolsa de mano. Yo facturé mi maleta. Prueba superada. O eso creíamos.

Nos fuimos a tomar un café en la única cafetería del ridículo aeropuerto de Dortmund, de camino Maggie me decía: “Hoy va a ser un día divertido”.
No sé cómo surgió el tema, pero mientras tomábamos el café nos dimos cuenta de que las llaves del candado de la bolsa de mano estaban en el bolso de Maggie. Que estaba… sí, estaba en mi maleta recién facturada. El principal problema era que a la hora de pasar el control en el aeropuerto hay que sacar los portátiles para pasarlos por el control, y cómo no, el portátil estaba dentro de la bolsa cerrada.

Nos dirigimos al control más o menos pronto conscientes de la situación, temiendo acabar en un cuarto oscuro lleno de señores alemanes.
Al pasar por el arco de seguridad yo no tuve ningún problema y aparentemente Maggie tampoco, hasta que no nos devolvían su bolsa y pasaron unos minutos. Ya uno de los vigilantes nos llamó la atención y nos dijo que necesitaba abrir la bolsa. Le explicamos que no teníamos la llave y que, si era necesario, rompiese el candado. Pero no pudo. Tenían unos ridículos alicates incapaces de hacer ni un simple arañazo al dichoso candado.

Al final, lo que me temía, nos llevaron para el cuarto oscuro. Y salió un señor que decía estar especializado en este tipo de situaciones. A todo esto, la pobre Maggie estaba un poco hundida por el despiste y yo no paraba de decirle: “Esto le puede pasar a cualquiera”.
Nos quedamos en la puerta del cuarto oscuro, y corriendo un poco la cremallera consiguió introducir en la bolsa una especie de papel que frotó en el interior. Resultado negativo. Viva, no somos terroristas, podemos continuar nuestro viaje. A todo esto, el señor se estaba partiendo la caja, nos debió de ver cara de pringaos. Al menos esta es la parte divertida del viaje.

Fin de la primera parte. Continuará…